La anticipación no tiene mayor sentido si no sirve
para esclarecer la acción. Esa es la razón por la cual la prospectiva y la
estrategia son generalmente indisociables. De ahí viene la expresión de
prospectiva estratégica. Sin embargo, la complejidad de los problemas y la
necesidad de plantearlos colectivamente imponen el recurso a métodos que sean
rigurosos y participativos como sea posible, con el objeto de que las
soluciones sean reconocidas y aceptadas por todos. Tampoco hay que olvidar las
limitaciones que impone la formalización de los problemas ya que los hombres
también se guían por la intuición y la pasión. Los modelos son invenciones del
espíritu para representar un mundo que no se dejará encerrar en las jaulas de
las ecuaciones, y tal como lo afirmó Godet en su “indisciplina” intelectual:
“Esto es hermoso pues, sin esta libertad, la voluntad animada por el deseo
quedaría sin esperanza”. Entre intuición y razón no debería existir oposición
sino complementariedad, y para que sea una “indisciplina” intelectual fecunda y
creíble, la prospectiva necesita rigor.
Visto de esta forma, los
conceptos de prospectiva, estrategia y planificación están en la práctica
íntimamente ligados, cada uno de ellos conlleva el otro y se entremezclan: de
hecho, se habla de planificación estratégica, de gestión y de prospectiva
estratégica; donde cada uno de estos conceptos representa un referente de
definiciones, de problemas y métodos donde la especificidad de cada uno es tan
evidente. Si el reencuentro entre la prospectiva y la estrategia era
inevitable, en lo absoluto, no ha borrado la confusión entre géneros y
conceptos que utilizan ambas. Así pues, la definición sobre planificación
propuesta por Ackoff (1973): “Concebir un
futuro deseado así como los medios necesarios para alcanzarlos” no difiere
para nada con la definición propuesta para la prospectiva, donde el sueño
fecunda la realidad, donde el deseo y la intencionalidad es fuente productora de
futuro, donde la anticipación ilumina la preactividad y la proactividad.
Ahora bien, la herencia acumulada
en análisis estratégico es muy considerable, el análisis clásico en términos de
amenazas y oportunidades provenientes del entorno general, nos demuestra que no
se puede limitar, a costa del beneficio a corto plazo, sólo al análisis del
entorno competitivo como se deduce de las primeras obras de Michael Porter. Las
múltiples incertidumbres, que sobre todo inciden a largo plazo en el contexto
general conllevan a la construcción de escenarios globales para dilucidar la
elección de las opciones estratégicas y asegurar la sostenibilidad del
desarrollo.
Evidentemente, la estrategia
habla de clarividencia y de innovación y la prospectiva de preactividad y de
proactividad, pero está claro que se trata de lo mismo. Esta es sin duda, la
razón por la cual se difunde la expresión de prospectiva estratégica desde
finales de los años ochenta. Sin embargo, cómo pensar en actuar como un
estratega, según Berger (1964): “sin
mirar a lo lejos, a lo ancho, a lo profundo, tomar riesgos, pensar en el
hombre”. De este modo, la anticipación invita a la acción, es por esto, que
la prospectiva resulta muy a menudo estratégica por los avances que provoca,
por la intención que lleva y la estrategia se vuelve necesariamente prospectiva
si desea iluminar las opciones que comprometen el futuro.
Para una organización, la
prospectiva no es un acto filantrópico sino una reflexión que pretende iluminar
la acción y todo aquello que particularmente reviste un carácter estratégico.
Sin duda sería juicioso
distinguir entre una fase exploratoria que persiga la identificación de los
retos futuros y una fase normativa que busque la definición de las opciones
estratégicas posibles y deseables para que la organización, frente a estas
apuestas, pueda mantener el rumbo apropiado. La distinción entre estas dos
fases está justificada si entendemos que la elección de las estrategias está
condicionada por la incertidumbre que pesa sobre los escenarios y por la
naturaleza, más o menos contrastadas, de los que, entre dichos escenarios, son
los más probables.
En resumen, la prospectiva y la estrategia están
íntimamente relacionadas, pero diferenciadas y distintas, y es conveniente
separarlas:
·
El tiempo
de la anticipación, es decir de la prospectiva de los cambios posibles y
deseables, y
·
El
tiempo de preparación de la acción, es decir, la elaboración y la evaluación de
las opciones estratégicas posibles para prepararse a los cambios esperados
(preactividad) y provocar los cambios deseables (proactividad).
Esta dicotomía entre exploración
y la preparación de la acción nos lleva a distinguir cuatro cuestiones
fundamentales: ¿Qué puede ocurrir? (C1), ¿Qué puedo hacer? (C2), ¿Qué voy
hacer? (C3), y ¿Cómo voy hacerlo? (C4). Esta cuestión previa sobre la identidad
de la empresa, es el punto de partida para la metodología estratégica de Giget
(1998). Se impone una revisión sobre las raíces de las competencias, sus
fortalezas y debilidades, como dice la famosa frase: “Conócete a ti mismo”.
En este sentido, la prospectiva
cuando va sola, se centra sobre (C1) ¿Qué puede ocurrir? Se convierte en
estratégica cuando una organización se interroga sobre el ¿Qué puedo hacer yo?
(C2). Una vez que ambas cuestiones hayan sido tratadas, la estrategia parte del
¿Qué puedo hacer yo? (C2) para plantearse las otras dos cuestiones: ¿Qué voy
hacer yo? (C3) y ¿Cómo voy a hacerlo? (C4). De ahí se deduce la imbricación que
existe entre la prospectiva y la estrategia. Por consiguiente, se reservará la
expresión de prospectiva estratégica a los ejercicios de prospectiva que tengan
ambiciones y persigan fines estratégicos.
Dentro de este orden de ideas, la
prospectiva se ha usado, entre otros propósitos, como un poderoso instrumento
de articulación de los actores del llamado Sistema Nacional de Innovación,
entendido no como un listado de instituciones, sino dinámicamente como una red
de redes que asocia a distintos actores (gobierno, empresa y academia) con
propósitos precisos; en localidades, regiones o al interior del país, en aras
de la competitividad y la mejora de las condiciones de vida. De hecho, favorece
asociaciones como los clúster, las cadenas productivas y las alianzas
estratégicas. Asimismo es útil en áreas como la economía, la planeación, el
desarrollo científico y tecnológico, la política, la mercadotecnia y la toma de
decisiones.
En lo esencial un programa
nacional de prospectiva se inicia con la expresión de la voluntad política de
llevarlo a cabo, y con la convocatoria amplia de los tres actores mencionados,
así como a los demás que se estime necesario (ONG, sindicatos, etc.). Suelen
ser los gobiernos quienes expresan esa voluntad, confiriendo autoridad al
proceso. Desde alguna elevada instancia gubernamental se extiende la
convocatoria, se escogen los sectores o temas de interés para el largo plazo de
manera más o menos consensuada y se financia el programa, sobre todo en sus
inicios. La formación del personal capacitado para gerenciar el programa y
aplicar las diversas técnicas es en extremo importante. Los registros de
participantes por la academia, el gobierno y la industria; la recopilación de
la información existente sobre las áreas o temas escogidos, y la exploración de
sus tendencias futuras (referidas a la ciencia y la tecnología, aunque cada vez
más se vinculan también a temas socioeconómicos) se reúnen en un marco general
de comprensión de las cuestiones a tratar.
De igual manera, con el respaldo
de ese marco se lleva a cabo una consulta amplia de cuyos resultados se
derivará la dirección más conveniente para orientar las decisiones y los
recursos. Como técnica de consulta, se suele asociar la encuesta Delphi con la
prospectiva, aunque si bien ésta ha sido la más usada desde los años setenta,
existen otras como el diseño de escenarios, que pueden cumplir el mismo
objetivo.
Observamos, que el proceso
descrito puede ser de enorme ayuda para la planificación, aunque no están
necesariamente ligados. La visualización del futuro se puede hacer por otros
medios, como las técnicas proyectivas que extrapolan las tendencias mostradas
por la acumulación de datos cuantitativos, y la planificación se puede llevar a
cabo sin tomar en consideración el largo plazo.
Cabe considerar, por otra parte,
que un Programa Nacional de Prospectiva requiere de una gerencia a la vez
rigurosa y flexible, capaz de legitimarse convocando adecuadamente a los
actores relevantes, usando procedimientos transparentes y evitando injerencias
de intereses ajenos al espíritu de los objetivos del programa. Además, debe
ganar credibilidad con la difusión de las actividades realizadas y los
resultados obtenidos.
De allí pues, que la prospectiva
se funda en el supuesto de que no hay un futuro ineluctable o fatal, sino un
abanico de futuros posibles, por lo cual las sociedades pueden escoger el propio y construirlo desde el presente,
especialmente en Venezuela puede ser útil el ejercicio imaginativo de
retrotraernos en el tiempo veinte o veinticinco años, para atisbar desde allí
los futuros que para entonces se presentaban como posibles, y darnos cuenta de
cómo las decisiones que entonces se tomaron o se dejaron de tomar configuraron
nuestro presente y el de nuestros hijos. Puede servir semejante ejercicio para
prefigurar cómo las acciones presentes (decisiones y omisiones por igual) están
conformando el país de las generaciones venideras.
Debe señalarse que la palabra
Prospectiva proviene del latín prospicere,
que significa mirar a lo lejos, mirar desde lejos y, de manera filosófica,
significa lo que concierne al futuro. De hecho, el fundamento filosófico de la
prospectiva se basa en los tres componentes del triangulo griego, los cuales se
observan interrelacionados. El primero se denomina logos y representa el
pensamiento, la racionalidad y el discurso; el segundo, erga, representa las acciones, las realizaciones y la estrategia; y
el tercero, epithumia, se refiere al
deseo en todos sus aspectos, los nobles y los menos nobles, es decir a la
apropiación.
Dentro de esta perspectiva, de
acuerdo a Miklos y Tello, desde antes de la era cristiana, los historiadores y
filósofos efectuaron importantes aportaciones, con la recopilación de datos
históricos de las culturas y civilizaciones a través de la tradición oral y
escrita; a ellos se les considera antecesores de los futuristas modernos, por
ejemplo Tucídes (siglo V aC), sugería que la manera de vivir de la sociedad
ateniense no era la única existente, así como el hecho de que los estilos de
vida cambian con el tiempo. Platón (428-348 Ac), en su obra “La República”, dio
principio a la práctica utópica al crear el primer macro-escenario idealizado
para la sociedad ateniense.
Tiempo después, en la era
cristina, según el teólogo Harvey Cox, se da el surgimiento de tres tipos de
aproximación al futuro las cuales son: la apocalíptica, la teológica y la
profética; cabe mencionar que en la Edad Media, el interés sobre el futuro se dirigía
hacia los aspectos después de la muerte más que a los aspectos terrenales.
Además, con el descubrimiento de América, el acelerado desarrollo científico,
artístico, tecnológico y el aumento de las comunicaciones entre los pueblos, el
hombre se sumerge en una fuerte corriente de cambios que le conduce a una mayor
reflexión sobre el mañana, y de esta forma, comienzan a darse una serie de
aportaciones de tipo utópico.
En efecto, pueden considerarse
aquí obras como la clásica Utopía de
Tomas Moro; La Nueva Atlántida de
Francis Bacón; La Ciudad del Sol de Tomás Campanella; o El Contrato Social de Rousseau. Luego en
el siglo XX aparecerían las utopías sociales (Fourier et al). Finalmente la anti-utopías
en el siglo XX, señalarían la búsqueda de las fallas de los modelos ideales
(Huxley, Orwell et al) y surgirían obras importantes como El Código de la
Naturaleza de Morelly y Utopía de Herbert George Wells.
BIBLIOGRAFIAS
·
Godet M.
(2000). La Caja de
Herramientas de la
Prospectiva Estratégica. España: 4ª ed.
·
UCV
/Centro de Estudio de América / Fundación Polar (2005). Ciencia y Tecnología en América Latina: Una mirada desde Venezuela.
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