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La idea de la justicia










Pensemos en tres niños y un cuatro. Pedro dice que se le debería dar el cuatro a él porque es el único que sabe tocarlo. José dice que el cuatro se le debe dar a él porque es tan pobre que no tiene juguetes. Carlos dice que el cuatro es suyo porque es fruto de su trabajo. ¿Cómo decidimos entre estos tres reclamos legítimos?
No hay arreglos institucionales que puedan ayudarnos a resolver esta disputa de una manera justa aceptada universalmente. Las concepciones de lo que constituye una "sociedad justa", sostiene el economista y filósofo Amartya Sen, ganador del premio Nóbel, en su libro “La idea de la justicia”, no nos ayudarán a decidir quién debe quedarse con el cuatro. Una noción unidimensional de la razón tampoco es de mucha ayuda, porque no nos ofrece un método efectivo para llegar a una opción.
Lo que realmente nos permite resolver la disputa entre los tres niños es el valor que le damos a la búsqueda de la realización humana, la eliminación de la pobreza y el derecho a disfrutar los productos del propio trabajo.
Quién se queda con el cuatro depende de la filosofía de justicia que uno tenga. José, el más pobre, tendrá el apoyo inmediato del igualitario económico. El libertario optaría por Carlos. El utilitario hedonista peleará un poco pero eventualmente elegirá a Pedro, porque él obtendrá el mayor placer, ya que puede tocar el instrumento. Aunque las tres decisiones se basan en argumentos racionales y son correctas de acuerdo a su propia perspectiva, llevan a resoluciones totalmente diferentes.
Por lo tanto, la justicia no es un ideal monolítico sino una noción pluralista con muchas dimensiones. Sin embargo los filósofos occidentales han analizado la justicia en gran medida en términos singulares, utópicos. Hobbes, Locke y Kant, por ejemplo, entretejieron sus nociones de justicia en un "contrato social" imaginario entre los ciudadanos y el Estado. Se produce una "sociedad justa" a través de instituciones estatales, arreglos sociales perfectamente justos y la conducta correcta de los ciudadanos.
Sen identifica dos problemas serios en este enfoque "centrado en los arreglos". Primero, no hay acuerdo razonado respecto de la naturaleza de lo que es una "sociedad justa". Segundo, ¿Cómo reconoceríamos una "sociedad justa" si la viéramos? Sin algún marco de comparación no es posible identificar la idea que debemos perseguir.
Adicionalmente, este enfoque no ayuda a resolver cuestiones básicas de injusticia. ¿Cómo se llegaría, por ejemplo, a la conclusión de que la esclavitud es una injusticia intolerable en un marco que se ocupa de las instituciones y la conducta adecuada? ¿Cómo aseguraríamos que drogas probadas y que se puedan producir a bajo precio estén disponibles para pacientes pobres de sida en países en desarrollo? Cuando nos enfrentamos a una injusticia declarada, el enfoque contractual resulta tanto redundante como impracticable.
Gran parte de las críticas de Sen van dirigidas contra el filósofo liberal John Rawls, cuyo libro de 1971, A Theory of Justice ("Una teoría de la justicia"), ha adquirido estatus de clásico. La gentil y suave deconstrucción de Rawls por Sen muestra que es más bien superficial e irrelevante. El enfoque de Rawls, basado en instituciones específicas que son un ancla firme para la sociedad, requiere una resolución única y explícita del principio de justicia.
Rawls no sólo es autoritario sino además elitista y euro céntrico. Así como Mill excluyó "las naciones atrasadas", las mujeres y los niños de su “Ensayo sobre la Libertad”, Rawls reconoce abiertamente que los pobres del mundo no tienen lugar en su teoría de la justicia. Incluso la "idea de justicia global" es considerada totalmente irrelevante por Rawls y sus cohortes. Aún mucho más, el tipo de "persona razonable" que se requiere para producir una sociedad justa sólo se encuentra en sociedades occidentales democráticas.
Las teorías de la justicia que excluyen por definición a los pobres o las cuestiones de injusticia global no hacen más que perpetuar la injusticia. La función principal de la teoría de justicia de Rawls, según parece, es mantener el statu quo, en el que la injusticia no es simplemente sino el sistema mismo. Es por eso que se impone su lectura a los estudiantes de ciencias sociales.
La alternativa de Sen es un enfoque de la justicia basado en la realización humana que se concentra en la conducta real de la gente y sus resultados efectivos. Siguiendo la orientación de la "Teoría de la opción social", quiere concentrarse en eliminar injusticias sobre las que todos podemos concordar racionalmente. No hay nada que podamos hacer respecto de la gente que muere de hambre fuera del control de todos. Pero podemos optar por hacer algo respecto de injusticias que emergen de una "intención" consciente "de aquellos que quieren lograr determinado resultado".
Se presentan dos problemas en esto. Entre los que optan se debe incluir a aquellos que conscientemente perpetúan la injusticia: corporaciones, administradores de fondos de alto riesgo y otros actores despiadados similares. Lo que es más, la intención no tiene necesariamente que ser consciente. Puede por ejemplo ser inconscientemente intrínseca a la teoría misma.
De hecho, la teoría a veces sirve como instrumento de la injusticia. Basta pensar en el capitalismo de libre mercado, junto con sus bases teóricas, incluyendo el modelado matemático de derivados sub-prime, donde las inmensas ganancias de unos pocos son el producto de la miseria de otros. Para hacer algo respecto de las injusticias perpetuadas por el modelo dominante de la economía, tenemos que enfrentar la tiranía de la disciplina económica misma.
Ahora bien, cuando la gente en todo el mundo reclama más justicia global, escribe Sen, ¿No está clamando por algún tipo de humanitarismo mínimo? ¿Son lo suficientemente sensatos como para saber que un mundo perfectamente justo es un sueño utópico? ¿Todo lo que quiere la gente es la eliminación de algún arreglo escandalosamente injusto para fortalecer la justicia global?
No obstante, no podemos terminar este ensayo dedicado a la idea de la justicia social de Sen sin hacer referencia a la cuestión de cómo aborda el supuesto Trade Off entre equidad y eficiencia. Normalmente, las críticas de la igualdad basadas en la eficiencia se presentan al menos de dos formas distintas, pero íntimamente relacionadas: el argumento basado en el “incentivo” y el argumento basado en la “asimetría operativa”. El argumento del incentivo hace hincapié en la necesidad de suministrar a la gente incentivos para hacer lo que pide el fomento de determinados objetivos. La desigualdad puede, según este argumento, desempeñar un papel funcionalmente útil en fomentar el trabajo, el riesgo empresarial y la inversión. El argumento incentivo se ha invocado para poner cuestionar las exigencias inmediatas de igualdad. El argumento de la asimetría operativa resalta que el conceder a las personas de mayor disposición e inteligencia, mayores poderes y capacidades en la administración del Estado y en las decisiones empresariales, beneficiaría a todos; pero esto daría lugar obviamente a una desigualdad de poderes y competencias.
Para Sen, con relación al problema de los incentivos, hay argumentos a favor de que un reconocimiento explícito de algunos tipos de diversidades humanas pueda tener el efecto de reducir la fuerza del problema de la falta de incentivos. “Vistas algunas diferencias de capacidad, una política igualitaria puede servir a la asignación de los recursos mejor que una política basada en premiar desigualmente, con lo que el problema del incentivo quizá tenga que plantearse de forma algo distinta de lo que suele hacerse en algunas versiones populares” (Sen, 1992). Señala que, en general, la posibilidad de distorsiones en los incentivos resultará mucho menor en la práctica de las políticas igualitarias que en los modelos económicos basados en individuos cuyas fortunas divergen debido al nivel de aplicación elegido por ellos mismos.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

·        Amartya Sen. (2009). The Idea of Justice, Cambridge, Harvard University Press.

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