IMPACTO DEL CAPITAL HUMANO EN LAS ORGANIZACIONES
Resumen
Actualmente las
dimensiones tácitas del conocimiento en el cerebro de una persona pueden ser
tan imprescindibles, para alcanzar los objetivos corporativos, como lo son las
formas de conocimiento explícitas y codificadas que se han ido desarrollando a
lo largo de los años. De hecho habría que preguntarse: ¿quién no es un
trabajador del conocimiento en la actualidad? Las competencias de una persona
para elaborar un repertorio de experiencias, pueden ser de un valor
extraordinario para la organización en la cual trabaja. Al mismo tiempo, las
organizaciones siempre se han enfrentado al desafío que supone el uso del
conocimiento, habilidades y destrezas individuales en beneficio de la misma.
Sin embargo, en los últimos años la necesidad, tanto de que los empleados sean
generosos y compartan sus habilidades intelectuales individuales, como de que
las organizaciones sean hábiles para recompensar el esfuerzo de los empleados,
se ha intensificado. Es oportuno mencionar que existen estudios que prueban que
los individuos se motivan mejor mediante una combinación de motivos intrínsecos
y extrínsecos, es decir, disfrutan haciendo algo por alguna razón personal y
además obtienen reconocimiento y seguridad económica. Por consiguiente,
aquellas organizaciones que consigan motivar de ambas formas a sus empleados
retendrán, con mayor probabilidad, tanto a las personas como a sus
conocimientos. Es por esto que este artículo intenta establecer la importancia
de una adecuada gestión del capital humano y su influencia en la competitividad
de las organizaciones.
Palabras claves: talento,
competencias, valor, capital
humano.
Introducción
Generalmente
asociamos el talento con la excelencia de los célebres, y también se sabe que
la fuente principal de la genialidad no es el adiestramiento y tampoco una
determinación obsesiva. Para la mayoría de nosotros, el talento es algo escaso
y precioso que se ha dado solamente a personas especiales y distantes. Esas
personas con talentos son diferentes. Se diría que, no son “como nosotros”.
Sin embargo, muchos no están de
acuerdo con esa definición del talento. Es demasiado estrecha, demasiado
especializada. Para Buckingham y Coffman (2005), el talento es un patrón
recurrente de pensamiento, sentimiento o comportamiento que puede aplicarse de
manera productiva. Aquí el énfasis es en la palabra “recurrente”. Los talentos
son comportamientos que la persona manifiesta con frecuencia. Todos tenemos un
filtro mental que tamiza el mundo, obligándonos a prestar atención a ciertos
estímulos y dejando pasar otros totalmente desapercibidos. Es un talento la
capacidad instintiva de una persona, su necesidad de organizar los
conocimientos; pero también es un talento el amor por lo que hacemos, la fascinación
por el peligro, o la impaciencia. Todo patrón recurrente de comportamiento que
se pueda aprovechar de manera productiva es un talento. De ahí que la clave
para lograr un desempeño excelente esté en encontrar la correlación entre los
talentos y la función a realizar.
Ahora bien, esta definición de talento puede parecer engañosa, casi
insípida. No obstante, nos lleva hacia un descubrimiento significativo: toda
función realizada con excelencia requiere talento, porque para ser realizada
con excelencia, toda función exige ciertos patrones recurrentes de pensamiento,
sentimiento o comportamiento. Independientemente de que la excelencia sea
“celebre” o anónima se sabe que la excelencia es imposible sin talento.
Al mismo tiempo, los talentos de
las personas, su filtro mental, son lo que ya existen. El filtro mental de una
persona es tan permanente y tan singular como sus huellas dactilares. Aunque
durante los últimos diez años, la neurociencia ha comenzado a confirmar lo que
se ha creído desde hace mucho tiempo: hemos aprendido que las causas de la
enfermedad mental son tan biológicas como las de cualquier enfermedad física;
que el neurotransmisor dopamina nos calma mientras que la serotonina nos
activa; que nuestros recuerdos no están almacenados en un sitio determinado
sino que están dispersos en forma de insinuaciones por todas las autopistas y
calles de nuestro cerebro.
Del mismo modo, afirma Goleman
(1995), este análisis ofrece un desafío a todos aquellos que se adhieren a una
visión estrecha de la inteligencia, argumentando que el cociente intelectual es
un factor genético que no puede ser modificado por la experiencia vital, y que
nuestro destino en la vida está fijado en gran medida por ciertas
aptitudes. Ese argumento pasa por alto
una pregunta desafiante: ¿Qué factores entran en juego cuando las personas que
tienen un elevado coeficiente intelectual tienen dificultades y las que tienen
un coeficiente intelectual modesto se desempeñan sorprendentemente bien? Se
afirmaría que la diferencia suele estar en las habilidades que se denominan
inteligencia emocional, que incluye el autodominio, el celo y la persistencia,
y la capacidad de motivarse a uno mismo.
De igual manera, existen cada
vez más pruebas de que las posturas éticas fundamentales en la vida surgen de
capacidades emocionales subyacentes. En principio el impulso es un sentimiento
que se descarga por expresarse en la acción. Quienes están a merced del
impulso, los que carecen de autodominio, padecen una deficiencia moral: la
capacidad de controlar el impulso es la base de la voluntad y el carácter. Por
la misma razón que la raíz del altruismo se encuentra en la empatía, la
capacidad de interpretar las emociones de los demás; si no se siente la
necesidad o la desesperación del otro, no existe la preocupación (Goleman, 1995).
Cabe
considerar, que no preocupa el hecho de que sea limitada la posibilidad de
reorganizar las conexiones del cerebro de una persona. Por el contrario, debe
verse como una confirmación feliz de que las personas son diferentes. Es mejor
ayudar a un individuo a comprender su filtro para luego canalizarlo hacia un
comportamiento productivo.
Partiendo
de lo anterior, Buckingham y Clifton (2001) sustentan que
una gran organización no sólo debe adaptarse al hecho de que cada empleado es
diferente, sino que debe aprovechar esas diferencias. Debe estar atenta para
reconocer las señales que hablan de los talentos naturales de cada empleado y
así ubicar y desarrollar a cada persona de modo que sus talentos se transformen
en fortalezas. Al cambiar la forma de seleccionar, evaluar, desarrollar y
canalizar las carreras de su gente, esta organización debe desarrollar la
totalidad de su empresa alrededor de las fortalezas de cada persona. De esta
manera, la organización estará en condiciones de mostrar un desempeño muy
superior al de sus pares.
Destrezas,
Conocimientos y Talentos
Las destrezas, los conocimientos y los talentos son
elementos distintos del desempeño de una persona. La diferencia entre los tres
radica en que las destrezas y los conocimientos se pueden enseñar fácilmente,
mas no así los talentos. Combinados en un mismo individuo, crean un potencial
enorme.
Las
destrezas son el cómo de una función. Son las capacidades que una persona le
puede transmitir a otra. Para los contadores, la aritmética es una destreza. Si
por alguna razón, el contador neófito no sabe aritmética, puede aprenderla. La
mejor manera de enseñar una destreza es descomponer el desempeño total en pasos
que el individuo después puede armar nuevamente. Y, naturalmente, la mejor
forma de adquirir una destreza es a través de la práctica (Buckingham y
Clifton, 2001).
El
conocimiento es sencillamente aquello de lo cual la persona tiene conciencia.
Hay dos tipos de conocimiento: el objetivo, o cosas que los individuos saben; y
vivencial, nociones de las cuales se ha apropiado a lo largo del camino. Para
un contador, el conocimiento objetivo sería conocer las reglas de la
contabilidad.
El
conocimiento vivencial es algo diferente. Es menos tangible y, por ende, mucho
más difícil de enseñar. Adquirirlo es responsabilidad de cada cual. Cada
persona debe desarrollar la disciplina para detenerse, mirar las experiencias
del pasado y tratar de sacarle sentido. Esta reflexión le permitirá comenzar a
ver los patrones y las conexiones. Comenzará a comprender. Algunas de las cosas
comprendidas son prácticas. Por ejemplo, al cabo de los años, un contador
aprende diversas formas de proteger los activos de un cliente contra una
tributación excesiva; o el administrador de una tienda minorista, sabe cuáles
productos exhibir en sitio visible durante unas festividades.
Algunas
de las cosas comprendidas son más conceptuales. La conciencia de lo que cada
cosa es y la forma de abordar a los demás es conocimiento vivencial. Se
adquiere con el tiempo, siempre y cuando se preste atención. Asimismo, los valores, aquellos aspectos de
la vida a los que se le conceden gran importancia, son conocimientos
vivénciales. Al escoger, a veces negociando, a veces manteniéndonos firme, nos
damos cuenta de que ciertos aspectos de la vida son más importantes que otros.
Esos aspectos críticos se convierten en valores, los cuales nos guiarán en
decisiones futuras. Algunos de esos valores permanecerán constantes durante
toda la vida. Otros cambiarán con el tiempo como resultado de la reflexión. Después de todo, desarrollar una vida sólida es una
tarea desafiante en el cual intervienen un sinnúmero de variables: el
conocimiento de sí mismo, la madurez, las oportunidades, las personas de
quienes nos rodeamos. La responsabilidad de actuar siempre será de cada quien,
como también la de reflexionar sobre sus repercusiones y hacer propio lo
aprendido.
Al mismo tiempo, los talentos son fenómenos completamente distintos.
Los talentos son las autopistas de la mente, aquéllas en las que se forjan los
patrones recurrentes del pensamiento, sentimiento o comportamiento. Estudios
realizados por la
Organización Gallup (1996) sobre contadores excepcionales han
permitido descubrir que uno de sus talentos más importante es el amor innato
por la exactitud. Eso es algo que podría parecer extraño. Pero si nos detenemos
a pensar, para el individuo que siente amor innato por la exactitud, la
contaduría debe ser un oficio maravilloso. El amor por la exactitud no es una
destreza, tampoco es conocimiento. Es un talento. Si el individuo no lo posee,
jamás podrá sobresalir como contador. Si una persona no tiene ese talento como
parte de su filtro, es poco lo que puede hacerse para suministrárselo.
Competencias
Orientadas al Trabajo
El autoconocimiento y la imagen que tenemos de
nosotros mismos son el punto de arranque para generar un equilibrio eficaz
entre la ambición personal y el comportamiento. El autoconocimiento nos permite
desarrollar la paz interior, la estabilidad, la compostura, la armonía, el
asesoramiento a uno mismo, la motivación y el compromiso; es decir, la
determinación absoluta, así como la dedicación y el pensamiento positivo.
Cuando estas cualidades están dentro de los individuos, se han levantado unos
cimientos para construir una empresa que aprende en continua mejora.
De allí
pues, que preguntarse quién es uno mismo es una cuestión de identidad, ya que
se inicia un examen legítimo de nuestra propia identidad, es decir, esa
posición irrepetible en la que queremos estar y un viaje de descubrimiento
hacia el autoconocimiento. Según Rampersad
(2004), es un viaje similar
al de los grandes descubrimientos de personajes como Galileo Galilei
(1564-1642), quién mediante la astronomía descubrió que la tierra no era el
centro del universo divino, sino un simple detalle entre miles de millones de
constelaciones de un vasto universo; como Isaac Newton (1643-1727), quien
descubrió la gravedad y formuló las leyes básicas de la mecánica; como Charles Darwin
(1809-1882), quien afirmó que no fuimos creados por Dios en el séptimo día de
la creación, sino que evolucionamos de los animales a través de millones de
años; como Sigmund Freud (1856-1939), quien afirmó que no conocemos nuestras
propias mentes y somos guiados por impulsos inconscientes; o como Albert
Einstein (1879-1955), quien desarrolla la teoría de la relatividad.
Inspirados
por estos descubrimientos deberíamos tratar de develar quienes somos de verdad.
Sócrates, afirmó que una vida que no se examina no merece la pena vivirse. Hay
que tratar de descubrir los poderes de los que habló Freud escuchando su voz
interior. Abraham Maslow dijo sobre esto que existía un “yo personal” al que en
ocasiones llamaba “escucha tus intuiciones”. Esto sugiere dejar emerger nuestro
“propio yo”. La mayoría de nosotros no nos escuchamos a nosotros mismos, sino
que escuchamos las voces, sin pausa, de los demás. Buda afirmó que nuestro
trabajo consiste en descubrir nuestro mundo, y una vez que lo hubiésemos hecho,
con todo nuestro corazón, entregarnos a él.
Formular nuestra propia ambición
personal puede servir de palanca para mover nuestras ideas preconcebidas, que
bloquean la creatividad. Así estaremos mejor equipado para crear nuestro propio
futuro y nuestro destino. Después de todo, sólo si nos conocemos bien seremos
capaces de descubrir nuestros talentos y desarrollar nuestras metas personales,
y de ese modo ponerlos al servicio de nosotros mismo y de los demás.
Algo similar ocurre con la ética
organizacional. Esto implica que la organización ha de ser muy consciente de
los aspectos éticos y de la responsabilidad social corporativa, para asegurarse
de que sus actuaciones se realizarán dentro de los límites morales y de la más
alta normas éticas. Por lo tanto, también la ambición personal debería estar
inspirada por la ética. Para Perozo (2005),
la ética en la organización, al formar parte del proceso de la toma de
decisión, permite que se asuman las más adecuadas orientaciones para las
actividades previstas, como respuesta al comportamiento del conjunto de innovaciones
y metas sociales. Cada organización tiene una serie de compromisos morales con
sus empleados, clientes, proveedores y con la comunidad en general. Cada una de
estas partes implicadas tiene algún tipo de influencia en la organización y a
su vez la organización ejerce influencia sobre ellas.
Los directivos de la empresa y los empleados
tienen la obligación moral de desarrollar una organización que produzca
beneficios basados en la inversión del propietario. Los compromisos éticos de una
empresa hacia sus empleados surgen del respeto que merece el crédito y la
dignidad de aquellos que dedican sus energías a la empresa. Los directivos
tienen también la obligación moral de promover los intereses de sus empleados,
tales como el desarrollo de sus competencias, oportunidades de desarrollar una
carrera, estabilidad laboral, un lugar de trabajo sano y seguro, y el debido
respeto a la dignidad y la privacidad.
En otras palabras, es
obligatorio seguir todos los caminos que están concebidos para dar al empleado
la oportunidad de desarrollar las competencias que son importantes para el
cumplimiento eficaz de sus obligaciones. Lo ideal sería que estas competencias
de desarrollen en la práctica. Adquirir conocimientos y habilidades nuevas e
integrarlas en las actividades diarias que da lugar a un cambio de actitud y a
un trabajo realizado más eficazmente. Es muy útil observar en este punto cómo
se pueden adquirir tanto las competencias laborales como el conocimiento. Las
competencias actitudinales, por otro lado, son parte innata de la persona y,
por tanto, son más difíciles de aprender y adquirir, aunque en la mayoría de
los casos se pueden desarrollar a través de la formación individual.
En lo que respecta al empleado
es necesario que tenga una base estable y la disposición continua hacia la
adquisición del conocimiento, para poder cumplir con su trabajo de forma
eficaz. Esto se puede lograr mediante un programa de desarrollo de habilidades,
que cumpliría con los siguientes requerimientos: debe hacer referencia al
conocimiento, habilidades y actitud de cada empleado e incluir la reflexión, es
decir, el aprendizaje de los puntos fuertes y débiles de cada uno; debe
ajustarse a los objetivos y estrategias corporativas, ya que los objetivos se
han de traducir en actividades de desarrollo concretas, por lo que los
empleados serán responsables de los resultados de aprendizaje; debe ajustarse a
una situación específica de aprendizaje; debe ser parte del trabajo y tiene que
haber una interacción continua entre trabajo y aprendizaje; tanto los
compañeros como los directores deben estar implicados; y el desarrollo es un
proceso que busca una dirección, por lo que se debe encontrar el mejor ajuste
entre la empresa y el empleado.
Administrar para crear
valor
Para crear el máximo valor posible para los accionistas,
los directivos de una organización e idealmente todos los empleados de la
misma, deben dedicarse a la creación de valor en las distintas relaciones que
se dan con los empleados, clientes, proveedores y las comunidades implicadas.
Estos cuatro grupos deberían convertirse en el centro de todos los esfuerzos
imaginativos de todas las partes implicadas.
En este sentido, Stern y Shiely
(2002) acotaban que las funciones más importantes, las que integran a los
empleados en el proceso de creación de valor, son el desarrollo de nuevos
productos, operaciones y apoyo, y desarrollo de recursos humanos. Aunque quizás
sea la función más descuidada por muchas organizaciones, el desarrollo de los
recursos humanos puede muy bien ser la que tenga un mayor potencial, ya que
incorpora un valor que estaba oculto. Su intención no es otra que inspirar y
motivar a todos los empleados para que persigan y cumplan los objetivos
estratégicos de la organización. El desafío de los directivos consiste en crear
un entorno en el que los empleados estén dispuestos a utilizar esta energía en
su propio interés para poder contribuir a la creación de riqueza.
Así mismo la función que
determina el valor del cliente incluye ventas y marketing. Las claves para la
creación de valor en las relaciones con los proveedores están en las
capacidades logísticas y técnicas. El desarrollo de la comunidad consiste, en
gran parte, en el desarrollo de acuerdos de colaboración entre la autoridad
política local y la empresa. Estos acuerdos, que pueden tomar la forma de
incentivos fiscales, ayudas financieras, desarrollo de terrenos u otro tipo de
ayuda, son lo que determina el valor en las relaciones mutuamente beneficiosas.
La empresa por su parte, proporciona puestos de trabajo, más impuestos y un
flujo de ingresos que permean la sociedad.
Sobre este particular es
importante evitar asociar cualquiera de estas funciones a divisiones
organizacionales específicas. Ésta forma de pensar distributiva es precisamente
el tipo de enfoque que se debe intentar cambiar. Por ejemplo, todos los
directivos tienen que colaborar en la promoción del objetivo de la gerencia de
recursos humanos y de motivar a todos los empleados de la empresa para crear
valor. Todos deben hacer un trabajo de marketing para garantizar la
satisfacción del cliente, creando así valor tanto para el comprador como para
el vendedor.
De esta forma para aumentar el
valor del accionista a largo plazo, la dirección debe intentar que todos los
grupos de interés mantengan unas relaciones mutuamente beneficiosas. Todas las
partes tienen obligaciones: los empleados deben contribuir al esfuerzo de
creación de valor para poder incrementar su retribución; los clientes deben
apoyar una relación de integración virtual para que la compañía pueda generar
la mayor cantidad de valor para ellos, y los proveedores deben participar
activamente en estos esfuerzos para poder ganar el valor que se les adjudiquen.
Si se consiguen todas estas relaciones mutuamente fortalecedoras, la
organización tendrá muchas probabilidades de ofrecer a sus accionistas una
rentabilidad superior a su costo de capital.
Las raíces ocultas del
valor
Ante
la pregunta: ¿qué es el capital intelectual? Solo queda responder que hasta hoy
la definición había sido esquiva; pero en años recientes, llevados por la
necesidad, individuos y grupos en diversas disciplinas han empezado a hacer
frente al reto de encontrar una explicación estandarizada. Existen muchas definiciones sobre el capital
intelectual en el que no solo se incluye el potencial del cerebro humano sino
también los nombres de los productos y las marcas de fabrica y hasta gastos
registrados en los libros como históricos, que se han transformado con el
correr del tiempo en algo de más valor. Para decirlo en otras palabras, todos
éstos son activos que en la actualidad están valorados en cero en el balance
general.
Otros investigadores incluyen en
sus definiciones factores tales como el liderazgo en tecnología, capacitación
actual de los empleados y hasta rapidez de respuesta a las llamadas de servicio
de los clientes. El capital intelectual va más allá de los activos menos
tangibles, tales como la capacidad de una compañía para aprender y adaptarse.
Tal vez la mejor manera de
apreciar el papel del capital intelectual es con una metáfora. Edvinson y
Malone (2004) sostienen que si nos imaginamos una compañía como un organismo
vivo, por ejemplo un árbol, entonces lo que se describe en los diagramas
organizacionales, los informes anuales, los estados trimestrales, los folletos
de la compañía y otros documentos es el tronco, las ramas y las hojas. El
inversionista inteligente estudia este árbol en busca de fruta madura para
cosechar.
Sin embargo, suponer que ése es
todo el árbol, porque representa todo lo que salta a la vista, es obviamente un
error. La mitad o acaso más está bajo la tierra, en las raíces. Y si bien el
aroma de la fruta y el color de las hojas dan testimonio de la salud del árbol
en ese momento, entender lo que está ocurriendo en las raíces es una de las
maneras más eficaz para calcular cuál será el estado de salud del árbol en los
próximos años. Un hongo o un parásito que aparece diez metros bajo tierra pueden
matar ese árbol que hoy parece tan lleno de salud.
Precisamente esto es lo que hace
tan valioso el capital intelectual: el estudio de las raíces del valor de una
compañía, la medida de los factores dinámicos ocultos bajo las estructuras y
productos visibles de aquélla. Ahora bien, ¿Cuáles son esos factores? Según las
investigaciones llevadas a cabo por Skandia, compañía sueca de seguros y
servicios financieros, esos factores son típicamente de dos clases: 1) Capital
Humano, como la combinación de conocimientos, destrezas, inventiva y capacidad
individual de los empleados de la compañía para llevar a cabo las funciones que
les corresponden. Incluye igualmente los valores de la compañía, su cultura y
su filosofía; 2) Capital Estructural, lo componen los equipos, programas, bases
de datos, estructura organizacional, patentes, marcas de fabrica y todo lo
demás de la capacidad organizacional que sostiene la productividad de sus
empleados. El capital estructural incluye igualmente la clientela o las
relaciones desarrolladas con los clientes claves. A diferencia del capital
humano, el estructural puede ser propiedad de la compañía y por lo tanto se
puede negociar.
Dentro de este contexto, el
capital intelectual puede ser una teoría nueva, pero en la práctica ha existido
desde hace años como una cuestión de sentido común. Ha estado oculto entre el
valor de mercado de una compañía y su valor en libros. Pero hasta hace poco, se
dio por sentado que esta diferencia era un factor enteramente subjetivo que no
se podía medir empíricamente. Además, se daba por sentado que cualquier brecha
de este tipo era una aberración temporal, valor agregado no empírico que a su
debido tiempo se manifestaría en alguna forma susceptible de ser medido por
medios tradicionales. Pero la historia reciente de los negocios ha demostrado
que nada de esto es cierto. La esencia de la llamada economía del conocimiento
son enormes flujos de inversión en capital humano y es sorprendente que nada de
esto aparezca como valores positivos en la contabilidad tradicional. Más bien,
ocurre todo lo contrario. Sin embargo esas inversiones son las herramientas
claves en la creación del nuevo valor (Edvinson y Malone, 2004).
Gestión del Capital
humano
La
gestión del capital humano es una de las áreas que ha experimentado más cambios
y transformaciones en los últimos años. En la actualidad la visión es
totalmente diferente a su configuración tradicional, cuando recibía el nombre
de Administración de Recursos Humanos (ARH). La gestión del capital humano ha
sido responsable de la excelencia en organizaciones exitosas y del aporte del
capital intelectual que simboliza, más que todo, en la importancia del factor
humano en plena era de la información.
Ante la globalización y el
intenso movimiento en la búsqueda de la calidad y la productividad, se
comprueba de manera elocuente en la mayoría de las organizaciones, que la
principal ventaja competitiva de las empresas, se deriva de las personas que
trabajan en ellas. Para Chiavenato (2002), las personas mantienen y conservan
el statu quo existente y son las que generan y fortalecen la innovación y el
futuro de las organizaciones. Al hablar de organizaciones, es necesario hablar
de las personas que las representan, que las fortalecen y les dan personalidad
propia. La manera como las personas se comportan, deciden, actúan, trabajan,
ejecutan, mejoran sus actividades, atienden los clientes y asumen los negocios
de las empresas varía ampliamente, y esa variación depende, en gran parte, de
las políticas y directrices de las organizaciones respecto a la manera de
manejar a las personas en sus actividades.
Ante la interrogante ¿qué hacer con
el área de recursos humanos frente a los cambios y la presión de las
circunstancias externas? La
gestión del capital humano debe estar centrada en mantener y desarrollar de
modo efectivo el negocio de la empresa y favorecer el ajuste de la misma a un
mundo variable y competitivo. Martínez y Milla (2005) proponen reducir las
disonancias respecto a la misión, la visión y los objetivos de la organización,
ya que funcionan como elementos que aclaran los valores y principios de la
empresa, crea una nueva cultura de compromiso y motivación de las personas y
las convierten en emprendedoras y creadoras de nuevos paradigmas de calidad.
Una
empresa no se transforma sólo con el aporte de nuevas tecnologías, cambiando
sus equipos o generando de nuevo procesos internos y desarrollando nuevos
productos y servicios. Esto es consecuencia y no causa del cambio. Se cambia a
una organización a partir de las actitudes, conocimientos y comportamiento de
las personas que trabajan en ella. Se cambia una organización a partir de la
creación de una nueva mentalidad y un nuevo estado del espíritu que debe tener
su comienzo en la cúpula de la organización.
De ahí que en este nuevo contexto,
el papel de la gestión del capital humano deba servir de motor propulsor para
impulsar los cambios organizacionales orientados a ayudar a las organizaciones
a navegar en mares turbulentos. Chiavenato (2002) nos remite hacia algunas
tendencias esenciales que pueden contribuir a estos cambios: 1) Una nueva filosofía de acción, 2) rápida tendencia al downsizing, 3) Transformación de un área de servicios en un
área de consultoría interna, 4) Transferencia
gradual de decisiones y acciones de la
ARH hacia la gerencia de línea, 5) Intensa conexión con el negocio de la empresa, 6) Énfasis en la cultura participativa y democrática
en las organizaciones, 7) Gran
preocupación por la creación de valor en la empresa, 8) Viraje completo en dirección al cliente, sea
interno o externo, y 9) Utilización
intensiva del benchmarking como estrategia de mejoramiento continuo de los
procesos y servicios.
Estas
tendencias no son fortuitas ni ocurren al azar, sino que reflejan la necesidad
de lograr competitividad en las organizaciones, en un mundo turbulento y lleno
de desafíos, así como la necesidad de contar con el apoyo irrestricto y el
soporte de los socios internos en la realización de los negocios y el logro de
los resultados. Dichas tendencias reflejan la visión de negocio en las
inversiones que producirán retornos garantizados a la organización.
Conclusión
Es
fácil afirmar que el conocimiento es el principal motor de la “nueva economía”.
Para Lejter (2000) su traslado a la práctica es más problemático, porque los
mecanismos reales de transformación del conocimiento tácito en explícito son
por lo general considerablemente complejos. Ahora bien ¿Cuáles son las
consecuencias de que el conocimiento tenga una presencia tan preponderante en
la nueva economía? Una es fundamental: el impacto sobre la formación y la valoración
del capital humano, la capacidad de los individuos y las organizaciones para
adaptarse a contextos inciertos. Formación que tiene que ver con educación, con
la preparación de personas capaces de definirse como trabajadores del
conocimiento o de la nueva economía. Valoración que significa pensar en la
gente como individuos con imaginación, información y experiencia útiles, que
pueden marcar la diferencia. Es en este ámbito, donde un cambio de paradigma
permitirá redefinir las relaciones laborales con los trabajadores de cualquier
organización.
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Mc Graw-Hill / Interamericana.
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Stern, J. y Shiely J. (2002). El
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